Sara Pérez Romero, esposa de Madero, la Primera Dama revolucionaria

      

    Más allá de su relación de esposa, Sara coincidía con las ideas políticas de Madero. Seguramente conoció y leyó antes que nadie su libro "La sucesión presidencial de 1910", que circuló un año antes de recorrer el país (1908), el cual ganó algunos lectores sonorenses, entre ellos el profesor Antonio Rivera y Benjamín Hill, ambos revolucionarios maderistas. (Fotos cortesía de Ignacio Lagarda Lagarda, Cronista Municipal en el H. Ayuntamiento de Hermosillo).



     

    Por Ricardo Aragón Pérez / [email protected]

    Hermosillo, Sonora, 12 de marzo de 2023

    Sara Pérez Romero vino al mundo pocos años antes del encumbramiento de don Porfirio Díaz, pero creció e hizo prácticamente toda su vida justo en los tiempos de su gobierno oligárquico, que hiló tres décadas de mandato legal, con base en una democracia electoral fraudulenta, sustentada en el abuso y uso del poder para unos cuantos allegados, mientras excluía a muchísima gente, entre ella las mujeres, que no eran tomadas en cuenta, pese a sus inquietudes y prácticas políticas.
     
    Sara era de buena cuna, hija de una familia de hacendados con ingresos sobrados, pero creció en desamparo, privada de amor y cuidado maternal desde temprana edad, debido a la muerte de su progenitora. Cuentan que llevó una vida un tanto errante, sin residencia estable, aunque los años de viudez vivió en la ciudad de México, luego de dar tumbos por varios países debido a su destierro forzado.

    Era una mujer letrada, con facilidad de verbo y buenas credenciales escolares, incluso con estudios en el extranjero. Se le recuerda como dama atenta a los asuntos público, avispada en la política partidista y de armas tomar, tanto que se le veía organizando actos políticos y pronunciando arengas afines al bloque maderista, del que era parte, no sólo por sus amoríos y la relación conyugal con Madero, sino por convicciones e ideologías revolucionarias genuinas, radicalmente contrarias a la hegemonía porfiriana.

    Sara conoció a Madero cuando andaba rasguñando las cuarenta primaveras; ya estaba hecha y derecha. Entonces unió su vida y lucha a él; ambos emprendieron una utopía cívica y compartieron un sueño doble, en el que el amor y la democracia fueron su inspiración para hacer de la patria una realidad social inclusiva, para todas y todos.

    Entre 1909 y 1910, Sara se unió a la campaña electoral del partido antirreeleccionista, que postulaba a Madero como candidato a la presidencia.  Recorrió con él algunos estados y no pocos municipios; vivió palmo a palmo el proceso electoral, aún en los momentos más críticos y peligrosos. En esas andanzas, visitó Navojoa, Álamos, Guaymas y Hermosillo, donde no fue bien vista y hasta corrieron rumores de una conspiración en su contra, lo que adelantó la salida del estado, dejando tras de sí una estela antirreeleccionista formada de personas leales al partido maderista.

    Más allá de su relación de esposa, Sara coincidía con las ideas políticas de Madero. Seguramente conoció y leyó antes que nadie su libro "La sucesión presidencial de 1910", que circuló un año antes de recorrer el país (1908), el cual ganó algunos lectores sonorenses, entre ellos el profesor Antonio Rivera y Benjamín Hill, ambos revolucionarios maderistas.

    Como Madero, Sara también estaba en contra de la dictadura porfirista, creía en la democracia representativa, su apuesta era voto electoral y, consecuentemente, promovía a tope el antirreeleccionismo; incluso vivió un tiempo en prisión con Madero, cuando fue aprehendido por motivos políticos, tras la idea de frustrar la apasionante aventura de posar con la banda presidencial y tener consigo la silla ejecutiva.

    En febrero de 1913, con apenas una años y tres meses como presidente, varios militares con tufo porfirista se declararon en rebelión, porque no querían a Madero, a quien no bajaban de "enano", "chaparro", "malhumorado" y hasta "desquiciado". En ese contexto de sublevación, Sara, la Primera Dama revolucionaria, tomó la determinación de acompañar a Madero, quien al frente de un grupo de cadetes leales se propuso hacer respetar a su gobierno, pero acabó en una tumba clandestina con varios balazos en la cabeza.

    Días antes de aquel fatídico complot, Sarita, como gustaba decirle Madero, se apersonó y conferenció con el embajador gringo Henry Lane Wilson, quien odiaba a Madero porque no consiguió hacer negocios turbios con él, para pedirle que presionara al general Huerta e impidiera el plan de asesinar a su esposo, como ya estaba acordado en secreto entre los autores intelectuales del referido complot.

    La noche del sábado 22 de febrero de 1913, a eso de las 11:30 horas, Madero fue asesinado de varios balazos en la cabeza, por un par de matones a sueldo, ambos soldados en servicio. Y Sara, en su condición de viuda, huyó del país para guarecerse en el extranjero. Fiel a su extinto esposo, compañera de alcoba y de lucha, Sara Pérez de Madero vistió invariablemente de luto hasta el último de día de su desventurada vida.

    Nota: El autor es Subsecretario de Educación Básica de la SEC en Sonora.

     

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