Hermosillo, Sonora, 18 de agosto de 2019. Con una gran participación de lectores, simpatizantes y colegas concluyó esta semana en la Librería Gandhi de esta capital, el Ciclo de presentaciones de escritores sonorenses que organizó durante más de un año Escritores de Sonora, A. C. (ESAC).
Este ciclo, realizado mayormente en MUSAS, cierra un exitoso carrusel de presentaciones donde se dieron cita escritores y lectores a lo largo de 13 meses. Esta exitosa actividad puso de manifiesto que las presentaciones no tienen por qué ser formales sino, por el contrario, mostrar el lado divertido de la creación literaria y el libro.
Los organizadores de ESAC anunciaron que su próximo gran evento será el 15º Festival de la Palabra, encuentro de los que escriben con los que leen, a celebrarse en la Universidad de Sonora, se llevará a cabo del 2 al 5 de octubre de este año.
En esta ocasión, la obra y trayectoria del cronista y periodista Miguel Ángel Avilés Castro fue comentada por el doctor Luis Alberto Soto y el periodista Arturo Soto Mungia, quienes hicieron uso de la palabra después de que fueron presentados formalmente por el presidente de Escritores de Sonora, A. C., Ignacio Mondaca Romero.
El doctor Luis Alberto Soto manifestó que Miguel Ángel Avilés aprendió y comenzó a narrar con los ojos, ya que es un observador acucioso de su entorno, particularmente es un cazador de los gestos de las personas, pues la palabra puede mentir, pero el gesto no miente, de donde se sigue que en su narración la voz del niño se entrecruza con las palabras de adulto.
Señala que un rasgo estilístico de Miguel Ángel Avilés consiste en trastocar los modismos para resignificarlos, por lo que en sus relatos se pueden encontrar recetas de cocina y versos de canciones, de manera que los actores de sus mundos narrativos son la familia; los amigos de la esquina; el familiar que se fue, luego regresa, pero no se halla; el marginado discapacitado; tipos incautos; y la chica pretenciosa, entre otros, por lo que en su narrativa recoge muchas formas de la oralidad.
Por su parte, Arturo Soto Munguía hace un consistente análisis del periodismo y la literatura y dice que no tiene duda que en el periodismo de hoy, la premisa fundamental es la lucha por las audiencias y considera que aquí es donde el periodismo de Miguel Ángel tiene su mejor aportación: las temáticas que aborda, las formas en que las desarrolla, la información tácita o explícita en sus narrativas; la capacidad para contar historias que pueden ser igual o más descarnadas que las citadas antes, pero con maestría para dosificar las emociones y mantener la tensión del relato de manera que nunca pienses en soltar el hilo.
Argumenta que de lo prolífico mejor ni hablar, pues “El Micky escribe como si le pagaran por ello. Todos los días, a toda hora está publicando en Facebook. De una noticia, de una remembranza, de una anécdota del día puede desplegar las alas que revolotean entre el periodismo y la literatura, para solaz de sus lectores”.
En su oportunidad, el autor Miguel Ángel Avilés explica que le parece que el gusto por la literatura y el oficio de escribir pudo tener una razón auditiva, ya que “Las primeras historias que escuché fueron a través de la música. Tenía que ver con aquel hábito tan común en los años setenta de escuchar la radio y, particularmente, la costumbre misma que se tenía en casa de escuchar música norteña, música ranchera y en sí, música mexicana, tomando en cuenta que tanto mi madre como mi padre tenían un origen rural”.
Revela que esas historias musicalizadas “pudieron influir sin darme cuenta y la inquietud reventó a temprana edad pues, teniendo entre once o doce años y siendo, como hasta la fecha, un impúber, comencé a componer corridos, sobre todo a los que se iban muriendo en el barrio, y los iba guardando en un cuaderno- a los corridos no a los muertos- que lamento no saber dónde quedó”.
Después de la emotiva participación de Miguel Ángel Avilés se abrió un interesante intercambio de preguntas, respuestas y comentarios, con los asistentes a este acto de presentación, que bajo el rubro de Obra y Trayectoria cerró las actividades del ciclo orientadas a promover la literatura producida en nuestra entidad y a sus autores.
El autor, Miguel Ángel Avilés Castro, es originario de La Paz, Baja California Sur. Radica en Hermosillo, Sonora desde 1984. Es licenciado en derecho por la Universidad de Sonora.
Ha colaborado en diversos medios escritos de la región. En 1990 obtuvo el primer lugar en el Segundo Concurso de historias de mi barrio, convocado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Unison y el Instituto Sonorense de Cultura.
En 1992 se hizo acreedor a Premio Estatal de Periodismo de Sonora, en el género de Reportaje. Entre sus obras publicadas están: Diles que acá estamos, en 1990. Los sordos territorios, en 1997, con el sello editorial de la Unison. Ingratos ojos míos, con el Instituto Sonorense de Cultura, en 2004, obra con la cual obtuvo en 2003, el Premio Estatal del Libro Sonorense, en el género de Crónica.
A CONTINUACIÓN, EL TEXTO ÍNTEGRO LEÍDO POR EL PERIODISTA ARTURO SOTO MUNGUÍA, DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LA OBRA Y TRAYECTORIA DE MIGUEL ÁNGEL AVILÉS CASTRO:
Es de por sí complicado en estos días acogerse a una definición de periodismo, de periodista. La prevalencia de las redes sociales, su cuasi infinita accesibilidad han roto paradigmas y conceptos, definiciones y dogmas.
Ha replanteado alcances y límites, ha modificado formas y estilos a partir de la irrupción indiscriminada de gente que tiene algo que decir y lo dice, sin pudor ni mínimo arrebol en las mejillas, así sean puras sandeces.
Mas si osare un extraño enemigo profanar con su arroba tu cuenta, piensa oh influencer troleado que el cielo un tuitero en cada hijo te dio.
O un feisbukero, youtuber, instagramero, whatsappero, súbito líder de opinión, influencer apocalíptico o integrado, opinólogo o comentócrata predestinado por la divina providencia o vaya usted a saber si por la desprevenida y adormilada conciencia colectiva, a orientar el rumbo de la nación y la opinión pública que se debate entre Chumel Torres y Callo de Hacha, o esos sui géneris periodistas emergentes de estos días como El Chapucero, Lord Molécula y Sandy Aguilera que desde las cinco de la mañana están a las puertas de palacio nacional para hacer las delicias del presidente y desde luego, del público ansioso por conocer la receta para resistir más que un corredor keniano y otros temas medulares.
En estas condiciones se complica un poco más acogerse a una definición del periodismo o del periodista. Una versión clásica diría que periodista es todo aquel que recopila, jerarquiza y difunde información a través de cualquier medio: prensa, radio, televisión o medios digitales.
Pero entonces, eso nos convierte a todos, de alguna manera, en periodistas, lo cual me parece un franco despropósito.
Otra versión, digamos más romántica considera que para acreditar el grado de periodista, independientemente de la formación académica se tuvo que pasar antes por las salas de redacción, la cobertura cotidiana de diversas fuentes, las malpasadas y las borracheras, la tensión de la hora del cierre, las prisas de una redacción a matacaballo, el inigualable olor a tinta fresca, el pecho que se hincha de orgullo cuando aparece tu nombre bajo la cabeza de ocho en la primera plana; las guardias de horas y horas en las que puede no pasar nada y pasar de todo; las asoleadas y los viajes en ruletero para corretear la exclusiva y entre otras cosas, la angustia por el día de pago o la decepción de un salario que no alcanza.
En el caso de Miguel Ángel Avilés Castro creo que acredita todo esto último. En 1992 ganó el premio estatal de periodismo en el género de Reportaje, uno de los más difíciles y sin duda el más completo, porque en él se entreveran todos los demás géneros: la nota informativa, la entrevista, la crónica, el color, la semblanza…
Pero el del Micky es un caso atípico. Me tocó coincidir con él en la brega de aquellos años 90 en el semanario De Acá, una publicación crítica, con buenos márgenes de autonomía e independiente del financiamiento público por la vía de los convenios o cualquier otra. La recuerdo como el único medio que realmente plantaba cara a un gobierno estatal con fama de autoritario y represor como el de Manlio Fabio Beltrones.
También coincidimos en otros periódicos donde ciertamente él no reporteaba, pero colaboraba con frecuencia y sus textos mostraban siempre esa vocación tan suya por contar historias, unas con el amargo sabor de la tragedia, otras con la punzante ironía, el humor negro, el descubrimiento narrativo que te arranca la carcajada.
Decía su tocayo Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodismo, español prolífico y cuidadoso de la metodología, el rigor profesional y la ética periodística, que en el periodismo puede haber literatura, pero si hacemos literatura no hacemos periodismo.
Tengo mis reservas al respecto. Una crónica como las que suele escribir el Micky puede contener tanta información y mover tantas fibras como cualquier otro texto periodístico, con el agregado de que está hecha además con ese ingrediente indispensable que es la originalidad en la narrativa.
Incluso el periodismo de datos que aparenta estar de moda, si no incluye esa capacidad para contar la historia, se vuelve soso y aburrido.
No tengo duda de que en el periodismo de hoy, la premisa fundamental es la lucha por las audiencias y en esa ruta, casi todos los medios siguen privilegiando el escándalo, la sangre, la diatriba, el descontón y las hoy llamadas fake news.
La transmisión por Facebook Live, del asalto a un banco en el sur de la ciudad hace meses, con rehenes de por medio, alcanzó en los primeros minutos una audiencia de más de 200 mil espectadores interactuantes.
Ni siquiera imagino el número de reproducciones que tuvo el video del asesinato de un hombre en conocido restaurante de la ciudad.
¿Es eso periodismo?
Sí, en algún sentido sí lo es.
¿Es lo que aspiramos a consumir?
Personalmente no, pero es difícil despegar la mirada y es imposible mandar sobre una audiencia que pagaría por estar allí.
Aquí es donde considero que el periodismo de Miguel Ángel tiene su mejor aportación: las temáticas que aborda, las formas en que las desarrolla, la información tácita o explícita en sus narrativas; la capacidad para contar historias que pueden ser igual o más descarnadas que las citadas antes, pero con maestría para dosificar las emociones y mantener la tensión del relato de manera que nunca pienses en soltar el hilo.
De lo prolífico mejor ni hablamos. El Micky escribe como si le pagaran por ello. Todos los días, a toda hora está publicando en Facebook. De una noticia, de una remembranza, de una anécdota del día puede desplegar las alas que revolotean entre el periodismo y la literatura, para solaz de sus lectores.
Que así siga.
(Se publica con autorización del periodista Arturo Soto Munguía, quien previamente lo publicó en su página web: www.elzancudo.com.mx)
TEXTO ÍNTEGRO LEÍDO POR EL AUTOR HOMENAJEADO MIGUEL ÁNGEL AVILÉS CASTRO, DURANTE LA PRESENTACIÓN DE SU OBRA Y TRAYECTORIA:
Gracias a Escritores de Sonora A.C. por la invitación y gracias a todos los presentes por tratarme como si sirviera para algo.
“Escribir es la manera más profunda de leer la vida.”
(Francisco Umbral)
Me parece que el gusto por la literatura y el oficio de escribir pudo tener una razón auditiva. Las primeras historias que escuché fueron a través de la música. Tenía que ver con aquel hábito tan común en los años setenta de escuchar la radio y, particularmente, la costumbre misma que se tenía en casa de escuchar música norteña, música ranchera y en sí, música mexicana, tomando en cuenta que tanto mi madre como mi padre tenían un origen rural.
Esas historias musicalizadas pudieron influir sin darme cuenta y la inquietud reventó a temprana edad pues, teniendo entre once o doce años y siendo, como hasta la fecha, un impúber, comencé a componer corridos, sobre todo a los que se iban muriendo en el barrio, y los iba guardando en un cuaderno- a los corridos no a los muertos- que lamento no saber dónde quedó.
Después no sé cuánto tiempo pasó para que volviera a retomar el incipiente placer de escribir, ni recuerdo haber guardado nada escrito durante algunos años porque quizá nada hice por escrito, a no ser alguna colaboración en un periódico mural del C.C.H MORELOS donde cursé la preparatoria, porque antes mal, había hecho el examen en la Normal Urbana y por pendejo, no porque que no quise como se justificaba miamá frente a los vecinos, no lo pasé.
Pero lo que fue determinante para retomarlo-espero que para siempre- es mi partida a Hermosillo, a estudiar la carrera de Derecho. No obstante, puede que la memoria haya sido mi libreta de apuntes pues cuando me pongo a redactar algún texto, me doy cuenta que ahí, fotográficamente, ha estado guardado todo o casi todo.
Octavio Paz decía que, como mexicanos, nunca cortamos el cordón umbilical, lo único que hacemos es estirarlo, pero nunca nos separamos por completo del origen, de la raíz, del vientre, o de la querencia.
Es en esta referencia de la tierrita de uno es donde estar la mayor parte de la materia prima para escribir por más que se quiera andar apantallando con otras latitudes que no conoces. En mi caso, ya en esta capital , pudo ser esto nomas una cuestión de desasosiego, de añoranza que a ratos me hacía tragar gordo y el poder escribir lo que en esos momentos padecía , sirvió de fuga para no llorar por todo lo que se quedaba lejos o para no excusarme en la adversidad e irme , presto a fumar un cigarro de esos que prendían a diario alguna raza de mi edad ahí en la calle ejido de la colonia Piedra Bola donde por primera vez llegué y que contenían una sustancia de color verde al parecer marihuana . Así menos hubiera pasado el examen de la Normal.
Para mi fortuna, pues, yo contaba con la palabra. De lo contrario, de haber capoteado a la nostalgia únicamente en el terreno de la introyección, quizá hubiera hecho crisis y, dejándome de chingaderas, me regreso a La Paz por donde vine.
La palabra escrita entonces me salvó. Me puse a escribir ya no corridos, pero si continué versificando, ahora en lo que yo pensaba, por intuición, que era poesía y porque además era la única herramienta literaria que conocía.
Fue al iniciar mi carrera de Derecho cuando incursiono en la poesía; y así me la pase en estos años-no muchos- sin acercarme todavía a la narrativa, al relato. Como en el tiempo de mi afición de los corridos, esta vez también fui guardando esta producción en un cuaderno, pero este si lo conservo.
Con este montoncito pude hacer un poemario muy artesanal, escritas a máquina en hojas blancas que compaginé y luego las imprimí en un muy reducido tiraje que solo fue para el consumo de unos cuantos amigos y mi familia, pero hasta ahí.
Sin embargo, ya sentía una adición por la creación literaria, pero no había una pretensión consiente de asumirme como un novel escritor ni mucho menos, acaso solo alimentaba mi ego por haber logrado algunos triunfos y me motivaba a seguir escribiendo con más constancia.
El espacio que tenía para hacerlo era el espacio universitario, ese que se consiguió a partir de la participación estudiantil. Tanto en el Comité Estudiantil de Leyes, como en el Comité Procasa de estudiantes, lugar este último, donde habitamos con cincuenta y cuatro o más roomie ,como se dice ahora y en donde , citando al gran filósofo griego y orgullo de mi nepotismo, Arturo Soto, “hasta el más molacho mascaba fierro”, de tal suerte que mi espectro cultural creció, siempre teniendo claro que no podía andar perdiendo el tiempo haciéndole al baboso y que debería sacar adelante el proyecto por el cual había venido a Sonora.
Más adelante se amplió mi visión y pude comprender así que lo que yo hacía no era solo una consecuencia de mi soledad o de mi nostalgia, sino que era la naciente pasión por algo que ya no podría dejar.
Al terminar mi carrera universitaria, tenía el valor agregado de que también otras disciplinas me gustaban y no quería abandonarlas. Una de esas era la literatura, la otra era el periodismo, si es que ambos oficios puedan separarse. Eso fue doblemente motivante para mí, y se reafirmó el gusto por lo que me gustaría ejercer toda la vida.
Tenía unos 23 años de edad y comenzaba mi ejercicio profesional como abogado, haciéndolo en los escenarios del derecho penal y del derecho penitenciario, lugares donde hay una amplia materia prima para escribir y así lo fuimos haciendo.
Para entonces ambos oficios ya era en mí una adición y una actividad que ejercía con más conciencia.
A La Paz, en tanto, solo viajaba por razones familiares, acaso como un ejercicio constante, permanente, dulcemente doloroso por parte de quien, luego de tantos años en un ir y venir, ya no sabe a bien a bien de donde es. Y es que aquí en Hermosillo, la cosa no es tan distinta: llegué solo, nada más con una maleta negra y de llantitas, de esas que comprábamos en las tiendas de fayuca que ya no hay tantas en La Paz y a lo largo de treinta y dos años, después haber renacido en 1984, es mucho lo que en emoción y en amores he conseguido.
A lo mejor a lo largo de este tiempo, como ya lo dijo mi tanatólogo y psicoanalista de cabecera, José Alfredo Jiménez, he ganado más aplausos que dinero, pero soy rico en amistades y en una familia a la que amo y con la que comparto sueños, proyectos, terquedades, llantos, añoranzas y muchas preguntas que poco a poco van teniendo sus respuestas conforme la vida transcurre.
A propósito de esto último, alguna vez, uno de mis amores más cercanos, me preguntó que si donde me gustaría que me sepultaran cuando muriera: ¿allá en La Paz o aquí en Hermosillo?, dijo, mientras grabábamos, unidos, nuestros nombres en una penca … Antes de contestarle, quise agradecerle su bello gesto y su preocupación, pero ella me interrumpió y dijo: “…porque si vas a querer que te sepulten allá, me dejas con qué, porque debe salir bien caro…” afirmó, con esa previsión que solo las mujeres tienen.
Con esta imagen simplifico lo que mi tierra natal y mi tierra adoptiva han significado para mí. Por eso la pregunta no era tan fácil de responder. Neta que no. Lo cierto que si ocurriera lo primero, mi equipaje iba a ser más, mucho más que esa maleta negra de llantitas que alguna vez me robaron en el Jito, pues son un resto de cosas las que he podido cosechar aquí. Pero la más grande de esas maletas que lleve de regreso, sin duda será la que guarde consigo esa infinita lista de amigos que aquí en Sonora tengo.
En todo este contexto es donde han nacido mis libros. En esencia, todos ellos parten de una evocación, de una memoria, de una recuperación del pasado pero, por más que el autor así lo sienta, no lo hemos querido proyectar desde el dolor por más que esté presente pues , según un proverbio chino, “la vida se domina sonriendo, o no se domina”, por tanto, porque serio soy, no he preferido sino la risa, el humor, la ironía, el juego los cuales , en el fondo, tal vez tengan como carburante un elemento que mencioné al principio: la música , esa consejera literaria que tuve de niño y que, para efectos de mi obra narrativa y de mi voz narrativa puede tener una influencia sustancial : la voz de mis orígenes: una voz rural que intenta ser sencilla y transparente. Una voz prosaica que se esfuerza por relatar la estética de lo cotidiano.
Total: Este soy yo, a mi edad ya no puedo tener otro semblante. La rabia no se esconde. Está muerta. Porque en un avión de papel se fueron todas mis lágrimas, por más que lluevan a veces como alfileres. Entonces me vuelvo fugitivo y voy a recorrer, solo, mis ganas de ser hombre, para batirme a duelo con mí sombra, en aquel desierto oscuro, donde la soledad gana todas las batallas. Soy este, perdónenme: no tengo otro semblante.
(Texto que publica con autorización del autor, quien previamente lo dio a conocer en su página de Facebook).