Este 24 de febrero fue un día oportuno para celebrar por partida doble, en razón del Día de la Bandera y bicentenario del Plan de Iguala, un documento emblemático de gran calado e impacto político, que tendió una suerte de puente para transitar del antiguo sistema colonial hacia la formación del nuevo país mexicano, proclamando que éste era independiente y soberano; por tanto, “ya no reconoce ni depende de España, ni de otra nación alguna”, por lo que abundaba en júbilo y vivas a la religión, independencia y unión de sentimientos, lo que facilitó el fin de 300 años de tutela española.
En primer término, hay que decir que el Plan de Iguala fue elaborado a puño y letra de Agustín de Iturbide, un militar realista al mando del Ejército Trigarante. Su presentación ocurrió en febrero de 1821, cuando las fuerzas en conflicto: insurgentes y realistas, estaban muy desgastadas y las hostilidades habían decaído, por casi diez años de guerra sostenida, sin soslayar la pérdida o captura de rebeldes de primera línea, con excepción de Vicente Guerrero que seguían en pie de lucha, pero con alcances limitados.
En tales circunstancias, la guerra no tenía para cuando concluir. Seguían las desavenencias firmes y había más muertes, aprehensiones, fusilamientos, divisiones y trastornos económicos. Entonces Iturbide tomó la iniciativa de presentar el Plan de Iguala a los bandos y corrientes en pugna, en el que decía que a nombre de su ejército y otras opiniones públicas, proclamaba la independencia mexicana y pedía a todos los insurgentes, correligionarios y demás residentes saludarla y sostenerla, “unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa” libertaria.
El apoyo no se hizo esperar. Tanto Vicente Guerrero, célebre dirigente insurgente, como don Juan O Donojú, teniente realista y pieza clave en la capitulación de las tropas peninsulares, se adhirieron al citado Plan de Iguala, que proclamaba la independencia de Nueva España y sentenciaba: “Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de España, ni de otra nación alguna”. Además, adoptaba la religión católica “sin tolerancia de otra alguna” y conservaba incólume los privilegios y fueros tradicionales del clero. Declaraba que el gobierno sería monárquico, con un emperador a su cargo, pero con atribuciones reglamentadas y ceñidas a una ley suprema que llevaría por título Constitución del Imperio Mexicano.
Irónicamente, el Plan de Iguala, en su precepto número 4, dejaba en manos de Fernando VII la conducción del nuevo gobierno imperial y. en caso de que el ex rey rehusara, una Junta Gubernativa tomaría el mando provisionalmente; en tanto, designaba la persona “que deba coronarse”, cuya sede sería la ciudad de México, elevada desde entonces como ciudad capital.
Para sostener en pie la nueva institucionalidad, cuidar de su estabilidad y buena marcha, con un gobierno imperial y demás instancias políticas, como Cortes, Regencia o Junta Gubernativa, se dispuso que el Ejercito de las Tres Garantías tendría a su cargo, en primer término, tales atribuciones.
Pocas ideas originales o inéditas contenía el citado Plan de Iguala, con excepción de la proclamación de la independencia y la transformación del estatus político de todas las personas, al pasar de la categoría de súbdito a la de ciudadano, condición que facilitaba la incorporación libre al mercado laboral, ya que cualquier ciudadano podía postularse para ocupar un puesto público o privado, sin más requisitos que la virtud y el mérito; atrás queda el discurso que ponderaba el color de sangre, la nacionalidad y descendencia de raza. El artículo 12 prescribía que todo habitante del Imperio Mexicano, “sin otra distinción que su mérito y virtudes son ciudadanos idóneos para desempeñar cualquier empleo”.
Los delitos y castigos que figuraban entre los elementos novedosos, eran el de conspiración contra la independencia y sembrar la desunión entre los ciudadano. Ambos eran reputados como graves; pero el primero se consideraba “el mayor de los delitos”, por lo que ameritaba castigarse con prisión, cuya pena correspondiente no tenía comparación alguna.
Finalmente, el Plan de Iguala tenía un carácter temporal. No obstante, todas sus disposiciones fueron tomadas en cuenta y sirvieron de marco referencial para la concertación y elaboración de los Tratados de Córdova, que seis meses después al fin formalizaron la consumación de la independencia mexicana.
Hermosillo, Sonora, 26 de febrero de 2021.