Un día 13 del mes primaveral de marzo del año 1831, floreció en un territorio de frontera un nuevo estado con el nombre de pila Sonora. Entonces sus antiguos ciudadanos, con sus preclaros y visionarios dirigentes políticos a la cabeza dieron un gran paso en su configuración territorial, identidad sonorense y modo de gobernar, con sus respectivas prerrogativas, como soberanía, quehacer público y gestión de recursos, lo que implicaba; en suma, construir libremente instituciones, leyes constitucionales y demás códigos civiles, que propiciaran un porvenir lisonjero, con bienestar, seguridad y hasta la felicidad de toda su gente.
Evocar ese hecho fundacional, constituye un buen ejercicio de memoria histórica, que lleva gratamente a recordar y celebrar la adherencia de nuestro estado al sistema federalista vigente, digno legado de la generación liberal independentista, que tuvo a bien decretar la impronta Constitución Política Mexicana de 1824, dando pie a la formación del primer régimen republicano y federalista como forma de gobierno nacional.
A poco de la consumación de la independencia respecto al imperio español, que ejerció un tutelaje avasallador por espacio de 300 años, entró en vigor la Carta Magna de referencia, que dividía al país en 19 estados soberanos, entre ellos el Estado de Occidente, integrado por las antiguas provincias de Sonora y Sinaloa, con capital en la ciudad del Fuerte, jurisdicción sinaloense.
Muy pronto brotaron las desavenencias entre sus conciudadanos, reacios, muy reacios a competir el poder político y los problemas sociales de su tiempo, como las sublevaciones indígenas y afectaciones asociadas, tanto que sus irreconciliables diferendos escalaron hasta la confrontación armada.
Ese ambiente de crispación política y hechos de armadas fue atizado por fuerzas con espíritu separatista, muy aferradas en disolver la unión legar de ambas provincias, como un gran paso para propiciar la formación de dos estados independientes, con su respectivo territorio, leyes y gobierno propio cada uno.
Como resultado de tan fuertes y costosos desencuentros, el Congreso Federal dio marcha atrás al recién formado Estado de Occidente, en octubre 24 de 1830. Poco después, decretó el establecimiento de ambos estados como entidades independientes, con sus propios congresos, constituciones, gobiernos y capitales, sedes de los poderes civiles y espirituales, con sus respectivas catedrales.
Con tan efímera vida institucional, más nominal que real, se antoja pensar que el otrora Estado de Occidente, vituperado y atacado sin misericordia alguna, nació huérfano, sin protección ni consenso entre los actores políticos regionales; atropellado por sus diferendos desde que vio su primera luz, sin oportunidad de aprender a caminar y alcanzar su edad adulta, pues apenas tenía como cinco años cuando se ordenó su desmantelamiento.
Cinco meses después, se convocó a los políticos prominentes locales para integrar un Congreso Constituyente, cuya agenda central indicaba la composición de mesas y comisiones legislativas con objeto de elaborar una Constitución Política que delineara la organización del nuevo Estado de Sonora.
Así, el 13 de marzo de 1831, fueron electos como integrantes del primer Congreso Constituyen del estado, según el acta respectiva, los diputados Francisco Escoboza, Manuel Escalante, Manuel Encinas, José Lucas Pico, Fernando Grande, Ygnacio Loaiza, Jesús Morales y José Francisco Velazco, todos ellos preclaros, visionarios y artífices del actual Estado de Sonora, cuya creación recordamos ahora con mano en el corazón. Enhorabuena.
Hermosillo, Sonora, 15 de marzo de 2021