Como parte del Plan Nacional de Conmemoraciones 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador, a nombre del Estado Mexicano, pidió perdón al pueblo de China, por la artera masacre de tres centenares de connacionales en Torreón, Coahuila, perpetrada por rebeldes afines a Madero, quien estaba a nada de cantar victoria, con la toma de Ciudad Juárez y la renuncia posterior del dictador porfiriano, quien abandonó el país sano y salvo.
Pero qué fue lo que desató tan despiadada violencia, porqué actuaron con tanta saña, quién o quiénes ordenaron semejante genocidio. Ahora lo verá, aunque sea a vuelo de pájaro.
Entre los días 13 y 15 de mayo de 1911, a unos días de que la revolución maderista se coronara, rebeldes antiporfiristas, con Benjamín Argumedo a la cabeza, cumplieron a pie juntilla la ordenó de su jefe: “maten a todos los chinos”, y sin más dieron muerte a poco más de 300 migrantes de origen asiático y, por si eso fuera poco, violaron a una mujer; atormentaros a su críos y con el rifle en la frente obligaron a la hija mayor a dar el sí a quien de entre la turba la pretendiera; todas las víctimas era inocentes y ajenas a los bandos en lucha, pero los revolucionarios dijeron lo contrario, para justificar sus atrocidades, motivadas más un acendrado sentimiento de odio, con tufo a racismo, y un espíritu de pillaje y ultraje sin límites..
Ese fatídico suceso, ocurrido un siglo atrás, constituyó uno de los primeros pasajes más dramáticos y violentos que sufrieron cientos de familias de chinos y, además, marcó el inicio de una campaña agresiva en su contra, que duró hasta la década de 1930 e involucró varios estados, entre ellos Sonora, cuya etapa más violenta sucedió bajo el gobierno de Rodolfo Elías Calles, hijo del general Plutarco, quien hizo lo propio años antes, en 1916, cuando en su calidad de gobernador prohibió la inmigración china.
Entonces, otros mandatarios del mismo bloque político, tomaron algunas acciones de gobierno claramente antichinas. Entre ellas, se recuerda la gestión ante el gobierno federal para negar las solicitudes de ciudadanía mexicana, así como la promulgación de un ley estatal que prohibía a las mujeres mexicanas contraer nupcias con chinos, para salvaguardar la pureza de sangre y evitar mezclas con esa “plaga” contagiosa y detestable, vociferaban los líderes de comités antichinos, cuyas organizaciones florecieron entre las décadas de 1920 y 1930, y actuaron con la venia de las autoridades de los distintos órdenes de gobierno.
Pero el antichinismo no fue un sentimiento que surgió en esos años álgidos de la revolución. Antes había ganado adeptos incluso entre los precursores revolucionarios más progresistas y humanistas, incluyendo a los hermanos Ricardo y Enrique, ambos de apellido Flores Magón.
De hecho, en el programa del Partido Liberal Mexicano, que se publicó en 1906, sus dirigentes liberales, entre ellos el mismo Ricardo Flores Magón y los profesores Librado Rivera y Antonio Villarreal, avalaron un apartado en el que condenaron a los migrantes de origen chino y se pronunciaron duramente contra ellos, al considerarlos como trabajadores indignos, que se empleaban en condiciones deplorables por unos cuantos pesos, lo que perjudicaba al proletariado mexicano, en términos de oportunidades y condiciones de empleo.
A 110 años de distancia de aquel primer agravio, por no decir genocidio chino, los sentimientos de los mexicanos de buen corazón son otros, sin odio ni menosprecio o xenofobia antichina.
Por eso y más, opino que hizo bien el mandatario federal en pedir perdón, a nombre del Estado Mexicano, a la República Popular de China, por los agravios, vejaciones, ultrajes y muerte de familias chinas en un pasado no muy lejano, a la vez que asumió la responsabilidad que le toca y se comprometió para que nunca más el racismo, la xenofobia y la discriminación tengan cabida en su gobierno.