Hermosillo, Sonora, 23 de septiembre de 2023
Dentro de muy poco, las Misiones Culturales cumplirán 100 años de su alumbramiento; vieron su primera luz en octubre de 1923, en una comunidad rural mexicana, justo en el México profundo, en el que las familias: campesinos, indígenas y demás aldeanos carecían prácticamente de todo, porque casi nada tenían.
Hasta allá, en los pueblos recónditos, justo en los años triunfantes de la revolución, difíciles, por cierto, en los que urgía restablecerla paz, la economía y abatir el analfabetismo, llegaron las primeras Misiones Culturales, con un ejército pedagógico, maestras y maestros misioneros, todas, todos abnegados y comprometido con la causa y principios sociales de la revolución, de entre los que la educación popular era una de las banderas de lucha.
Centenares de mujeres y hombres letrados, expertos en diversos saberes, entre ellos los de la nueva “escuela moderna”, la “escuela activa” o “pedagogía de la acción”, arribaron a sus puntos de destino, con el alfabeto en mano, manuales de pedagogía y un plan de regeneración social, enfocado a dar la vuelta a la página oscura y sentar las bases de la cultura escolar y bienestar comunitario.
Las Misiones Culturales fueron concebidas y puestas en marcha como agencias educativas itinerantes. Llegaban a las rancherías, donde se asentaban por espacio de unas semanas o meses, asistidas siempre por las autoridades locales involucradas, aunque no faltaron los malquerientes, que les hicieron la guerra y las trataron como entes incómodas, no gratas.
Entre sus fines principales, las Misiones Culturales debían, en primer término, reclutar y preparar maestras y maestros rurales, enseñar a leer y escribir; o sea, luchar contra el indignante analfabetismo; entonces de cada 100 almas, 90 no sabían ni la o por lo redondo; incluso en Sonora había pueblos sin instancias formales de gobierno, porque no contaban ni con una persona medianamente letrada.
Más aún, debían estudiar y conocer las particularidades del entorno: lenguas, cultura, creencias, costumbres, tradiciones, hábitos y formas de ganarse la vida.
La información que obtenían en campo servía de insumo básico para delinear proyectos de mejoramiento social, económico y humano, por lo que era prioritario poner el foco en la educación, actividades productivas y salud pública, de modo que la higiene, la formación de cuadros de Cruz Roja y aplicación de vacunas eran el pan de cada día de las y los maestros misioneros.
A un siglo de existencia, por fortuna, las Misiones Culturales, con sus maestras y maestros misioneros aún siguen activos, vivos, pero a mi modo de ver, no gozan de cabal salud, su radio de acción es limitado y las condiciones de operatividad son un tanto deficitarias.
Con todo, hoy por hoy, las Misiones Culturales siguen siendo la última esperanza de muchas comunidades, en las que sus habitantes de 15 años arriba encuentran una noble alternativa para dar salida a sus inquietudes intelectuales, vocaciones artísticas y deportivas, además de aprender oficios, desarrollar pequeñas industrias y actividades remunerativas.
Finalmente, cabe recordar que el presidente Álvaro Obregón decretó la creación de la Secretaría de Educación Pública. Enseguida encomendó su destino a José Vasconcelos, un hombre bueno, un gigante intelectual y revolucionario hasta el tuétano, quien, con un ejército de mujeres y hombres, sin más recursos que el ideario, la palabra y el alfabeto, llegaron hasta al límite del sacrificio humano; emprendieron una extenuante y riesgosa cruzada por la educación popular, cimiento de la escuela rural mexicana, hija natural, junto a las misiones referidas, de la revolución triunfante.
¡VIVA LAS MISIONES CULTURALES!
¡LARGA VIDA PARA LAS MAESTRAS Y LOS MAESTROS MISIONEROS!
¡VAMOS TODOS A RENDIR TRIBUTO Y CELEBRAR SU PRIMER CENTENARIO!
Nota: El autor es Subsecretario de Educación Básica de la SEC en Sonora.