Por Ricardo Aragón Pérez
Magisterio en Línea / 31.05.2025
¿Sabía usted cómo se aprendía a ser maestro antes de que hubiera escuelas Normales en el estado?
La escuela del profesor José Lafontaine fue una de las célebres instituciones precursoras de la desafiante tarea de preparar jóvenes para la carrera de profesor. Fundada en la antigua ciudad de Ures, hacia el último cuarto del siglo XIX, con la venia del entonces gobernador Ignacio Pesqueira, ofrecía sus servicios educativos con un programa ampliado, que abarcaba el ciclo de enseñanza primaria y anexaba un par de cursos de pedagogía, que preparaba en un lapso de dos años para el oficio de maestro de primaria.
A principio de 1900, trabajaban en la escuela de referencia, además del director Lafontaine, siete profesores, entre ellos: Lino B. Rochín, Arnulfo Atondo y Leonardo Holguín, todos pagados con dinero del ayuntamiento y gobierno del estado. En esta escuela, cabe remarcarlo, se graduaron en 1905 varios maestros de primaria, como Eduardo W. Villa y Antonio G. Rivera, por citar un par de ejemplos. No obstante su fecunda labor formativa, además de su contribución a la revolución; varios de ellos participaron en esa gesta, su historia lamentablemente ha sido menospreciada, tanto que hasta el día de hoy ignoramos mucho más de lo que sabes de su historia.
Después de la revolución novembrina, el gobierno de José María Maytorena inició la restauración de la vida pública, no sin antes encarar complejos e insalvables desafíos en casi todos los rubros de su competencia, entre ellos el servicio de educación pública, cuya cobertura y calidad estaban por los suelos, con un presupuesto deficitario, escuelas sin edificios propios, locales en ruina y privados de recursos de enseñanza, con el agravante de que la mayoría de profesores eran empíricos, de calidad pedagógica muy dudosa; pero también había un que otro “garbanzo de a libra”, que reunía el perfil ideal, con carrera pedagógica y título de profesor normalista, como Vicente Mora, Heriberto Aja y Alberto Gutiérrez, todos contratados fuera del estado en tiempos del antiguo régimen porfiriano.
Entonces la contratación de maestras y maestros titulados no era más que un paliativo limitado a unas cuantas escuelas de renombre, necesario ciertamente; pero pasaba por alto la prioridad de construir un sistema estatal de formación docente, que atendiera de una vez por todas la formación de maestras y maestros, además de poner al día al personal que servía en las escuelas sin preparación pedagógica, dado que un porcentaje muy bajo tenía estudios completos, pero eran ajenos al perfil docente y no tenían título de maestro, naturalmente.
En su informe al Congreso Nacional de Educación de 1910, el maestro Heriberto Aja, delegado por Sonora, reveló que en esta entidad había como 400 escuelas, con más de 20 mil niñas y niños y poco más de 770 docentes. De este universo, sólo 15 tenía título de profesor normalista. En contraste, 756 eran “no normalistas”, como se clasificaban entonces, de este universo un puñado habían tomado algunos cursos de pedagogía, como los que impartía el Colegio Sonora de Hermosillo, dirigido por el profesor Vicente Mora; la Escuela Primaria Superior de Guaymas, a cargo de su director Carlos Martínez Calleja, entre otros centros educativos.
Todo eso era así, porque ningún gobernante había tomado en serio la formación de maestras y maestros, tampoco fue un eje prioritario en la agenda de gobierno y mucho menos incluyeron en sus presupuestos de gastos partidas para financiar el establecimiento de al menos una escuela Normal, aunque debe admitirse que algunos mandatarios impulsaron proyectos prometedores, como el reglamento de ley educativa de 1910, que estipulaba poner en Hermosillo una escuela Normal, o los novedosos Cursos de Iniciación Pedagógica, para aspirantes a la carrera de profesor, pero ni uno ni otro llegó a buen puerto debido a la revolución, cuya tempestad social trajo consigo condiciones inapropiadas para su implementación.
Mucho antes, en 1838, apareció por primera vez un proyecto oficial para establecer en Hermosillo una Escuela Normal de Profesores. Hasta entonces, algunos gobernantes; a lo sumo, tenía la política be mandar jóvenes becados a otras entidades, Guadalajara y México, con objeto de prepararse para maestro de escuela primaria, o bien los contrataban fuera del estado, todo con la venia del Congreso, cuyos diputados autorizaban partidas exclusivas para ese efecto.
Posteriormente, en 1847, se estableció en la ciudad de Ures la “Escuela Normal del Estado de Sonora”, regenteada por el profesor Antonio Villalpando, un antiguo maestro de maestros, quien contó con el respaldo del entonces gobernador Manuel María Gándara, cuyo gobierno asumió el pago de sus gastos, como se lee en una circular suscrita un día después de la inauguración por el mismo mandatario: “el Gobierno ya se ocupa de crear un fondo , para el sostenimiento de la Escuela Normal que ha establecido en la capital del estado”.
Si bien esos proyectos educativos constituyeron un paso hacia la formación de maestros, ninguno de ellos arrojó resultados satisfactorios. Pronto desaparecieron debido a la inestabilidad de los gobernantes, choques entre partidos y luchas fratricidas, además de las guerras extranjeras, lo que, en resumidas cuentas, ponía de cabeza a las instituciones, perturbaban su dinámica y diezmaba seriamente las fuentes de sus ingresos; lo poco que había en tesorerías era para el ramo de guerra.
Dado que las dos primeras escuelas Normales, en funciones hasta el día de hoy, se establecieron entre los años de 1916 y 1937, una en la capital sonorense y otra en el sur de estado. Mientras tanto, los antiguos colegios “Sonora” y “Leona Vicario” de Hermosillo, ambos de origen porfiriano, ofrecían servicios educativos que incluían programas de pedagogía, con una duración de dos años lectivos y al término de ellos pasaban por un examen, cuyos resultados positivos acreditaban a las y los sustentantes como profesores de primaria.
Tras una larga sequía de escuelas Normales y una política educativa que tropezaba cada vez que se echaba a andar un proyecto de preparación y actualización docente, finalmente el horizonte de la formación de maestras y maestros estuvo más a la mano con el triunfo de la revolución constitucionalistas, que dejó en manos del exprofesor y general Plutarco Elías Calles el gobierno de Sonora.
Fiel a su vocación docente, desde el inicio de su administración, agosto de 1915, se propuso establecer en Hermosillo una escuela normal para profesoras y profesores, lo que efectivamente sucedió pocos meses después, en virtud de un decreto suyo que dio vida a la actual escuela Normal del Estado, una institución con 108 años de existencia, pionera en la configuración de un sistema estatal de formación docente.