“Libre, y para mi sagrado, es el derecho de pensar…La educación es fundamental para la felicidad social; es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos”. Benito Juárez
Como devoto del legado republicano y credo liberal, inicié el pasado día domingo, poco antes de que la aurora indicara su llegada, con el recuerdo del natalicio 215 del Benemérito de las Américas. Eso me llevó a evocar mis días y tardes en la añorada Escuela Miguel Hidalgo, de la ex ferroviaria ciudad Empalme, en la que mis maestros, con el temible director Hoyos a la cabeza, hablaban de Juárez, el indito zapoteca que llegó a ser hasta presidente, decían a raíz de su nacimiento, ocurrido en marzo 21 de 1806, en Guelatao, nombre que recuerdo desde que era párvulo, y cuyo año natal revela que Juárez vivió su adolescencia cercado por la guerra de independencia.
Cada aniversario natal, era tema obligado recordarlo con devoción laica en los honores y en el periódico mural, en el salón o en las tareas extra clases. Entonces se hablaba de su humilde cuna y del no menos fregado pueblo natal; de sus vida precaria y también menospreciada, por su origen indígena, además de su firmeza cuando era presidente; primero de facto, luego formalmente.
Destacaban su amor patrio, su tenaz defensa de la soberanía y del sistema republicano, así como de las leyes de reforma y de la flamante Constitución de 1857, de tan hondo raigambre liberal, que sacó de quicio a sus opositores, quienes liderados por el conservador Félix Zuloaga, disolvieron el Congreso, aprehendieron al ministro Juárez y calzaron la corona al fallido emperador Maximiliano, quien creía que México aún era tierra de conquista.
Por fortuna, a no pocas décadas de distancia, aún guardó vivos recuerdos de mi escuela y sus anexos: el verde jardín de don Lucio, un menudito intendente; sus amplísimos y sobrados patios, el largo pórtico con sus respectivos arcos, el campanario, con una torre de cemento, coronada con una enorme campana, cuyo eco pautaba los quehaceres escolares, sin faltar la marcha de zacatecas, que a todo volumen indicaba la entrada a clases o el inicio de los honores cívico.
Hay tres facetas de la vida de Juárez que marcaron de por vida mi conciencia histórica, con el penetrante discurso pedagógico del profesor Víctor, de sexto grado y de voz docta; personalidad imponente; buen vestir: tacuche, corbata y zapatos resplandecientes; de estatura como una torre y espalda como un ancho mar.
La primera faceta, tiene que ver con los años de su infancia, que no fue un lecho de rosas, sino una etapa harta de penalidades, cuyos padres don Marcelino Juárez y Brígida García, de condición humilde, poco, por no decir nada, podían hacer por el bienestar y porvenir de su crío, un escuincle inquieto y despierto que, a falta de maestro en su pueblo, estudiaba por su cuenta, para luego escalar los estudios superiores, hasta graduarse de abogado, que era una profesión en boga, pero limitada para la gente de su raza, tanto que él fue uno de los indígenas pioneros en esa profesión.
Respecto a la segunda, viene a mi recuerdo su ferviente lucha contra los conservadores, reacios al gobierno y a sus radicales leyes, que amenazaban con abolir de tajo viejos privilegios de militares y clérigos, lo que desató una cruenta lucha, en la que ganaba una de sus primeras batallas, pero con un costo muy caro a las arcas federales.
Presionado por el quebranto presupuestal, declaró la suspensión de pagos de la deuda externa, cuyos acreedores españoles, ingleses y franceses le hicieron la guerra y echaron encimas sus experimentados ejércitos, tras la demanda de pagos pendientes. A ese respecto recuerdo, el reclamo de un ciudadano francés, de oficio pastelero, que pedía una jugosa indemnización, por daños colaterales de la guerra respecto en perjuicio de su negocio.
La tercera, y última faceta, que más me llena de orgullo recordarla, hace referencia a la entrada triunfal de Juárez y sus soldados leales a la ciudad de México, en 1867, luego de que derrotaron a los adversarios; tomaron preso a Maximiliano y lo sujetaron a un juicio sumario, que acabó condenándolo a la pena capital, cuya fatal sentencia, predecía Juárez, traería consigo la paz civil del país.
Si bien la paz debió esperar tiempos mejores, dado que los ajustes de cuenta contra imperialistas tenían al pueblo en vilo, la nación sí dio un gran paso en la restauración de la soberanía y de su vida republicana, lo que facilitó al presidente Juárez echarse a cuesta una ardua tarea en bien de la patria, en la que destacaba aumentar las finanzas, administrarlas con pulcritud e invertirlas entre los rubros prioritarios, como el de instrucción pública, con énfasis en el aumento de escuelas, entre ellas dos normales para preparar más profesores; reformar sus leyes, programas y métodos pedagógicos, además de incluir nuevas asignaturas, cuyos contenidos dieron paso a la enseñanza laica.
Por último, cabe recordar que el discurso escolar insistía de manera machacadora en su célebre y visionaria frase, tanto que hasta se repetía como loro: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Sabia frase que si nos atuviéramos a ella, hoy por hoy las relaciones personales avanzaran sin violencia y la convivencia entre naciones fuera más pacífica.
Por todo eso y más, cómo olvidarlo, cómo olvidar que Juárez ha sido el mejor presidente mexicano, para quien la soberanía, la república y las leyes de Reforma eran primero.
Finalmente, cómo olvidar su libro autobiográfico Apuntes para mis hijos, en el cual don Benito explica su vida personal y familiar, al tiempo que deja testimonio de varios de los hechos históricos que le tocó vivir. Hay que leer y releer esta obra del Benemérito de las Américas.
Hermosillo, Sonora, 23 de marzo de 2021