Por Ricardo Aragón Pérez
Magisterio en Línea / 15.05.2025
¿Sabía usted que el Día del Maestro fue decretado por Venustiano Carranza en 1917, a raíz de los servicios político-militares que prestaron a los jefes revolucionarios?
Con la revolución triunfante como telón de fondo, en noviembre de 1917, el entonces presidente Venustiano Carranza reconoció, no sólo la trascendencia social del magisterio, sino también su importante papel político-militar durante la revolución mexicana y, como un gesto de gratitud por los servicios que prestaron a los jefes revolucionarios, decretó el 15 de mayo de cada año Día del Maestro, iniciativa convalidada por el Congreso de la Unión y publicada en el Diario Oficial de la Federación del 23 de diciembre del año indicado, lo que lleva a pensar que la primera celebración tuvo lugar el 15 de mayo de 1918, hace poco más de un siglo.
En Sonora, el decreto federal que mandaba celebrar el día de las y los maestros de educación básica cayó en terreno fértil y ganó un amplio consenso entre los dirigentes de los poderes públicos locales, casi todos adherentes del bloque político carrancista, del que los maestros fueron piezas claves en el triunfo de su causa, figurando en tal proeza los profesores Eduardo García, Antonio Rivera, Carlos Caturegli, Leonardo Holguín y Plutarco Elías Calles, entre otros profesores.
Entonces el gobierno de Gral. Calles, quien antes había recibido diploma de profesor de primaria y había dedicado algunos años a la enseñanza en escuelas de Guaymas y Hermosillo, vio con buenos ojos el decreto del Primer Jefe revolucionario, el cual secundaron casi al mismo tiempo los diputados del estado, destacando en ese plano Antonio G. Rivera y Ventura G. Tena, ambos profesores de primaria y revolucionarios de armas tomar, quienes pugnaron por enaltecer al magisterio y consagrar al menos un día cada años para rendirle honores, dada su grandiosa y noble obra pedagógica, que se extiende por las sierras, valles, desiertos y costas, ciudades, pueblos y barrios céntricos y hasta periféricos.
Un año después de que entró en vigor el decreto carrancista, los diputados Rivera y Tena propusieron a sus pares un proyecto de ley similar, en cuya exposición llamaron a “estimular a los que se dedican a la carrera del magisterio, pasando su vida en formar intelectos, sin más recompensa que la satisfacción del deber cumplido, dedicando el 15 de mayo de cada año a solemniza la labor de los educadores, renovando así en ellos ese entusiasmo que no debe abandonarlos y fortaleciendo el espíritu de abnegación que no debe morir en aquello que tienen encomendada la importantísima obra de formar ciudadanos honrados, aptos, conscientes de sus deberes y conocedores de sus derechos”.
Luego de tres días de deliberaciones, por fin los congresistas declararon “digno de aprobación” el proyecto de ley alusivo al Día del Maestro. Enseguida lo pusieron en manos del gobernador Calles, quien sin ninguna reserva ni demora lo mandó publicar en el Boletín Oficial del Estado del 8 de julio de 1919, bajo el título de Ley que declara Día del Maestro en el Estado el 15 de Mayo de cada año”.
Más allá de las motivaciones histórica o religiosas que están detrás de las elección del emblemático día 15 de mayo, lo cierto es que su institucionalización constituye una de las efemérides nacionales más relevantes del calendario cívico, no sólo por el impacto social y el gran universo humano involucrado, sino también porque es parte de la cultura mexicana, con una tradición centenaria y sin ningún parangón con otras celebraciones similares, sólo por debajo del Día de la Madre, que es la corona de las celebraciones civiles.
Ciertamente, el 15 de mayo es una fecha de gran impacto social, en la que se conmemora año con año el día de las maestras y los maestros de México. Entonces se celebra y recuerda la centralidad del magisterio de educación básica, principalmente, en la formación de miles y miles de educandos, así como su valiosa contribución pedagógica en favor del tejidos social; la construcción de lazos comunitarios y valores positivos, no obstante las malas condiciones de trabajo y la insatisfacción de miles de maestras y maestros, sobre todo por la insuficiencia del salario y de los derechos sociales, sin pasar por alto las formas de contratación y promoción, así como con las formas y práctica de gobernanza sindical.
Había razones políticas de sobra para granjearse semejante distinción, dado que el magisterio había aportado la cuota más alta a la revolucionaria, por arriba de cualquier otro gremio de profesionistas, como el de los ingenieros, abogados y periodistas, que también participaron en la lucha armada desde diferentes trincheras; pero los maestros y las maestras fueron un caso singular, no sólo por su cercanía con las tropas y jefes revolucionarios, quienes depositaron su confianza en ellos y los acogieron como sus ideólogos, secretarios, conferencistas y propagandistas, como el profesor Otilio Montaño, hombre cercano de Zapata, a quien le confió la elaboración del revolucionario Plan de Ayala.
Las maestras también abonaron a la causa revolucionaria y algunas pagaron su osadía política con su vida o la cárcel. Esperanza Velázquez fue maestra rural en Yucatán, donde se desempeñó como maestra misionera en los años en que el analfabetismo sentaba sus reales en casi todas las comunidades rurales. Antes, Esperanza había sido maderista, junto con su padre, a quien acompañó en algunas tareas esenciales, como hacer volantes, repartirlos entre la gente y ganar adherentes para la causa. También se desempeñó como periodista carrancista; escribió en varios diarios, entre ellos: El Pueblo y El Demócrata, y desde esta trinchera política hablaba del rumbo que tomaba la lucha armada.
Todo eso, más su destacada representación en el Congreso Constituyente de 1917, donde un importante número de diputados tenía perfil de maestro, como Esteban Baca Calderón y Luis G. Monzón, quienes enseñaron en algunas primarias públicas de estado, en tiempos en que el gobierno porfirista tenía sus días contados, seguramente fue tomado en cuenta para decretar el 15 de mayo como Día del Maestro.
Finalmente, este Día de las Maestras y los Maestros se antoja como una buena ocasión para rendirles homenaje, no sólo al profesorado galardonado con medallas por sus años de servicio; ceremonias rutinarias y discursos oficiosos, sino también para voltear la mirada hacia las y los maestros en pie de lucha, tomar conciencia de la deuda histórica que tienen con ellos, en términos de sus malas condiciones de trabajo, deficiencias en sus derechos de seguridad social y un sistema de contratación y promoción que a nadie deja satisfecho, asignaturas todas pendientes de tiempo atrás, que reclaman de las autoridades políticas y educativas sensatez, empatía y una actitud sincera de dialogo franco, que es, a mi modo de pensar, el mejor camino para el entendimiento de las partes en desavenencia.