Por Ricardo Aragón Pérez / [email protected]
Hermosillo, Sonora, 02 de enero de 2025
Anteayer por la mañana, falleció Samuel Ocaña García, a la edad de 93 años; era considerado uno de los gobernantes cercano al pueblo de a pie, con vocación social e impulsor del bienestar popular; quizás el gobernador más progresista y honesto en la historia política de Sonora.
Gobernó entre los años de 1979 y 1985, época en que el estado dio un grandioso paso adelante en materia de salud, cultura, educación e infraestructura, lo que, en suma, transformó radicalmente la vida social y política, no sólo de las ciudades, sino también de los pueblos marginales.
Ya otros han escrito sobre “su imborrable y positivo legado”, como dijo el gobernador del estado Alfonso Durazo. Han destacado la creación de centros de educación superior, el Instituto Sonorense y la Casa de la Cultura, entre otras nobles instituciones humanistas de gestión pública.
Cabe remarcar que su gran obra cultural no se agota ahí. Debemos añadir la creación de otra institución para el fomento educativo, que formó para agregar valor al desarrollo educativo e intelectual del estado; me refiero a la creación de la Secretaría de Educación y Cultura, que sustituyó a la antigua Dirección General de Educación, en virtud de un decreto estatal que rubricó en Palacio de Gobierno el propio gobernador Samuel Ocaña, en febrero de 1984.
En su artículo 22, el histórico decreto mandó establecer la Secretaría de Fomento Educativo y Cultura, con la encomienda de llevar educación al pueblo y valerse de ella para “abatir la injusticia, servidumbre y el dogmatismo”, lastres que aún persistían pese a que la constitución de 1917 encomendó a la escuela su abolición.
Muchas y de gran impacto eran las tareas de la flamante e inédita Secretaría, entre ellas tres son dignas de recordarse, por lo tempraneras y visionarias, como el impulso a la educación para adultos, que entonces eran miles, 53 000, para ser más preciso, que no sabían leer ni escribir.
Asimismo, se propuso llevar educación a las comunidades rurales, especialmente a hijos de familias indígenas, procurando el bienestar comunitario y la preservación de sus tradiciones y bienes culturales.
También fue pionero en la defensa, protección y lucha contra el cambio climático. Impulsó una política ecologista que promovía “actividades educativas tendientes a preservar y mejorar el medio ambiente”.
Hoy por hoy, el desarrollo cultural y educativo no se explica sin el reconocimiento de las contribuciones del extinto gobernador, cuya obra magna fue la fundación de la Secretaría de Educación y Cultura.
A cuatro décadas de su existencia, en mi opinión, no hay mejor manera de recordar, honrar y valorar ese valioso legado, que volver la mirada a los actos ejemplares de don Samuel Ocaña, abrevar en sus enseñanzas morales y éticas y hacer de la Secretaría de Educación un bastión de honradez y compromiso social, para que la educación pública esté al alcance de todos y facilite la formación de una sociedad más igualitaria, democrática, honrada y fraterna.