Por Ricardo Aragón Pérez
Hermosillo, Sonora, 22 de febrero de 2025
En sus primeros años de existencia, era regla escrita que toda persona que se empleaba en la Escuela de Artes y Oficios “Cruz Gálvez”, ya fuera en sus departamentos de educación básica, áreas de asistencia o en los talleres de enseñanza técnica, debía contar previamente con un nombramiento expedido por el despacho del Ejecutivo y rendir protesta en la dirección del establecimiento, cuyo acto presidían invariablemente las autoridades escolares, entre ellas la directora del departamento de niñas o el directora del de varones, incluyendo al secretario del plantel, quien tomaba participación directa y rubricaba el acta de toma de protesta.
Entonces todo estaba reglamentado, casi nada quedaba a la deriva, de modo que hasta el despacho del gobernador no perdía de vista la marcha del establecimiento y no era raro que estuviera presente en sus conversaciones oficiales y privadas, incluso cada seis meses, aproximadamente, comisionaba a personal de Hacienda, para que realizara visitas de inspección y lo pusiera al tanto del estado que guardaba la administración de bienes.
Cada mandatario estatal tenía informantes de su confianza, intervenía en los procesos internos del plantel y tomaba decisiones de alto impacto, dado que casi todo pasaba por la oficina ejecutiva, donde acordaba nombrar o separar a los empleados, sin tomarle parecer a nadie que no fuera el ocupante de dicha oficina.
A modo de ejemplo, a mediados de 1920, el jefe del Ejecutivo comisionó a un tal Cipriano Dodero, para que desempeñara el puesto de Administrador en el departamento de varones de la escuela “Cruz Gálvez”, quien se presentó a desempeñar sus labores, el día uno de julio del año citado. De acuerdo el protocolo de inserción laboral, se reunieron en la dirección escolar el profesor Felipe R. Islas, director en turno, Arturo C. García, secretario en funciones, y Cipriano Dodera, nombrado administrador del establecimiento, con objeto de formalizar la toma de posesión y rendir la protesta consabida, conforme a la ley aplicable.
Para eso, se encontraron en la oficina del director, el mismo día uno de julio de 1920, y sin más audiencia que las tres personas mencionadas, el secretario Ángel García tomó la palabra y con tono de interrogación se dirigió al nuevo administrador: ¿Protestáis guardar y hacer guardar la Constitución Mexicana, la Constitución del Estado… y cumplir patrióticamente con el empleo que el Ejecutivo del Estado os ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Nación y del Estado?, a lo que el nobel administrador contestó de manera lacónica: “Sí, protesto”. Enseguida intervino el director Islas y con aire de advertencia soltó: “Si no lo hiciereis así, que la nación y el Estado os lo demanden”.
Cumplida a pie juntillas la toma de protesta, procedieron a levantar el acta correspondiente, la cual fue firmada en tres tantos por quienes protagonizaron dicho acto, con el director Felipe Islas y el secretario Ángel García a la cabeza, seguidos del administrador Cipriano Dodero.
Para poner en perspectiva la importancia del nombramiento de administrador, cabe recordar que se trataba de un puesto clave, que requería un perfil especializado, en el que recaía la responsabilidad del cuidado de los bienes escolares, el manejo de los inventarios y velar por el uso apropiados de equipos, herramientas y máquinas de alto valor monetario, entre otros insumos y materiales necesarios para la operación regular de todos los departamentos educativos, talleres y asistenciales.
Por tanto, es de suponerse que el puesto de administrador llevaba consigo una gran carga de trabajo, si consideramos el tamaño, los procesos y las múltiples actividades escolares que tenían lugar casi todo el año; entonces las vacaciones no estaban entre sus rutinas institucionales, por lo que el administrador en funciones pasaba cualquier cantidad de horas en el almacén a su cargo, donde tenía la oficina y se ocupaba de organizar los bienes, registrar los existentes, controlar las entradas y salidas de múltiples objetos: maquinaria, herramientas, material de enseñanza, mobiliario, insumos para los alimentos, objetos de limpieza, materia de enfermería y prendas de vestir para el alumnado.
Todo eso seguramente era de gran ayuda para preservar el patrimonio escolar, evitar extravíos, dispendio o malgastar los recursos, cuyos altos costos pagaba el gobierno del estado, pero también quitaba, y eso hay que remarcarlo, un gran peso a los directivos y evitaba a la vez distraerlos de sus funciones técnicas sustantivas.