Por Ricardo Aragón Pérez
Magisterio en Línea / Hermosillo, 17.08.2025
¿Sabía usted que la educación indígena en Sonora es de larga data, con 197 años de vida formal?
Un decreto estatal de 1828, marcado con el numeral 88 mandó establecer escuelas de primeras letras en todos los pueblos indígenas del estado. Estipuló que al menos hubiera una escuela gratuita para varones, servidas por “buenos preceptores, adictos al sistema político republicano”, con la encomienda de encomienda “de enseñar a la juventud a leer, escribir y contar y la instruirán en los principios de nuestra religión y de sus derechos civiles y políticos”.
Asimismo, las mismas autoridades debían poner una escuela para mujeres, donde “además de leer y escribir, se les enseñará a coser, labrar o bordar y todo el aseo propio de su sexo”.
Para todo eso, el Congreso del Estado autorizó al jefe del Ejecutivo para establecer una red de escuelas de gobierno, “pagando a los preceptores y preceptoras y haciendo los gastos que crea conveniente de las rentas del Estado”.
También dispuso que los fondos de las cajas de comunidad se invirtieran exclusivamente en la cobertura de escuelas, pagos de sus maestros y demás gastos asociados al mejoramiento del ramo de instrucción pública.
Cabe recordar que esos proyectos precursores de la educación indígena aparecieron en una atapa muy temprana de nuestro estado; hace 197 años atrás, pero aun así se debe reconocer que en el terreno práctico los resultados fueron poco satisfactorios, sin desconocer algunos logros modestos en cuanto al establecimientos de escuelas para varones indígenas, principalmente.
A modo de ejemplo, en septiembre de 1855, se fundó una escuela de niños en el pueblo de Potam, en la que enseñaba el profesor Jesús María Gómez, “un joven adornado de las mejores cualidades que se requieren para desempeñar el destino de preceptor”, opinaba la autoridad local, quien veía con buenos ojos su contratación por un año y medio.
En el contrato de trabajo, el joven profesor se comprometió a desempeñar el puesto por un sueldo mensual de entre 10 y 15 pesos, pagados con fondos públicos, más 25 pesos que debían acabalar los vecinos para su beneficio, comprometiéndose “a enseñar a mis alumnos a leer, escribir, contar, principios de moral y doctrina cristiana por el Padre Ripalda”.
Por esas fechas, en el pueblo de Huirivis se puso otra escuela para niños yaquis, en la que enseñaba Quirino Rosas, un profesor que ganó fama por su carrera docente en el antiguo puerto de Guaymas.
Cuentan que el profesor estaba muy inconforme por la mala paga, que rondaba nominalmente en poco más de 10 pesos y algunas veces los indígenas hacía una vaquita “para aumentar la dotación del preceptor”, pero como eran muy pobres su ayuda era muy inconsistente, reconocía el jefe político.
En un oficio al jefe político de distrito, con sede en Guaymas, fechado en noviembre 1855, el subprefecto Antonio Campusano, con jurisdicción en el territorio Yaqui, lamentó que sólo unos cuantos pueblos indígenas tenían escuela, pese a que “está prevenido por ley que se proteja y generalice la instrucción primaria”.
Abundó en algunos pormenores, entre ellos mencionó la cortedad de las escuelas, la falta de permanencia de los profesores, la inconformidad por los bajos sueldos y pobreza de las familias, que aunque quisieran no podías ayudar a sus maestros.
Por último, explicó que el noble propósito de las autoridades políticas y de las leyes para el fomento educativo tenían un efecto positivo, pero muy limitado, porque había pocas escuelas y duraban pocos días en servicio, debido al abandono del profesorado, todo eso era por descuido de las autoridades locales, “quizá por abandono, negligencia o falta de energía para hacer efectivo los deberes escolares”, reconocía el citado jefe político.