El 23 de abril de 1920, poco más de cien partidarios del candidato presidencial Álvaro Obregón, se rebelaron contra el Primer Mandatario de la Federación, Venustiano Carranza, por su intentona de imponer a un candidato a modo, allegado suyo, y poner al servicio de él todo el poder e influencia del gobierno, hasta conseguir su triunfo electoral.
Ante semejante actitud indecorosa, contraria a los derechos políticos ciudadanos, que amagaba con pasarse por el arco del triunfo el célebre principio “Sufragio Efectivo”, el gobernador Adolfo De la Huerta y varios funcionarios subalternos, así como diputados, munícipes, militares, periodistas y hasta maestros, se reunieron de emergencia en Agua Prieta, con objeto de preparar un movimiento armado nacional y frustrar las pretensiones fraudulentas de Carranza.
En efecto, 1920 fue un año electoral ríspido y no menos fatídico, plagado de suspicacias e intrigas desde antes que iniciara la campaña, que dio mucho de qué hablar entre los actores políticos involucrados, dadas las ilegales intenciones del presidente Carranza de imponer a toda costa a Ignacio Bonillas, subalterno suyo, como candidato a sustituirlo en el cargo, sin considerar las aspiraciones de otros tiradores que se jugaron la vida por encumbrarlo, como el antiguo presidente municipal de Huatabampo, Álvaro Obregón, que desde que dejó atrás su madriguera soñaba con la silla presidencial.
Todo eso, dio pie a una rebelión armada en contra del mandatario federal, iniciada en Agua Prieta por partidarios de Obregón, quienes distanciados e irritados con su ex jefe constitucionalista llamaron a un levantamiento nacional, que en poca tiempo acabó con su vida y despejó el camino a Palacio Nacional.
Más aún, en 1920 habría que elegir nuevo presidente para el periodo 1920-1924. Entonces don Venustiano estaba por concluir su periodo presidencial; serían las primeras elecciones normadas por la constitución de 1917, por lo que esperaban una contienda electoral democrática, con piso parejo y sin injerencias partidistas de las autoridades en turno. Pero al final del día no fue así. Carranza era poco escrupuloso en términos electorales, tenía su propio gallo y había resuelto usar todo su poder para imponerlo como candidato y presionar a los gobernadores y a las fuerzas castrenses para hacerlo ganar, pretendiendo frustrar las aspiraciones del candidato opositor, Álvaro Obregón, pese a la popularidad y preferencias que tenía entre el electorado.
Semanas antes de la cita con las urnas, Calles y Obregón, ambos miembros del gabinete presidencial, se entrevistaron por separado con el presidente, en busca de un entendimiento político con él, “en el sentido de que obrara con rectitud e imparcialidad”, pero don Venustiano puso oídos sordos; “éste se ha abstenido de hacer alguna promesa; ha estado político… y nada más”, advirtió Calles, quien estaba del lado de la candidatura de su paisano, por lo que renunció a su cargo, dadas las presiones en su contra, por jugársela con el candidato que no era el de las preferencias de su jefe.
Antes de renunciar, Calles había hecho cuanta cosa estaba a su alcance para que el jefe del Ejecutivo entrara en razón, actuara con neutralidad y dejara al pueblo elegir sin presiones al nuevo presidente, absteniéndose de favorecer con sobrados recursos a su candidato predilecto; en tanto, presionaba, chantajeaba y hasta hostilizaba a quienes simpatizaban con el general Obregón.
Pero Carranza era un hombre obstinado y no daba su brazo a torcer, tal como lo describió don Plutarco Elías Calles:
“Yo he hecho cuanto esfuerzo humano ha sido posible para ver si el Jefe cambia sus procedimientos y actúa dentro de la ley, tal cual su deber se lo exige; pero todas mis gestiones han sido inútiles, pues este hombre, con la terquedad que lo caracteriza, está decidido a imponer al país, por cualquier medio, la candidatura del ingeniero Bonillas, y para lograr esto, cometerá las mayores injusticias y los más grandes errores sin respetar a los hombres, cualesquiera que sean sus méritos”.
Mientras el presidente confabulaba con gobernadores impuestos por él y usaba las fuerzas armadas en favor de su impopular candidato, el general Obregón seguía a pasos firmes cosechando partidarios y perfilándose como candidato preferido entre las organizaciones populares, gremiales y partidistas. Según el pulso político de Calles, “la opinión pública en todo el país, día a día, se afianza más en favor de nuestro candidato”, y casi aseguraba que era unánime en todas las entidades federativas, pese a las maniobras facciosas del gobierno central y sus aliados regionales, que hacían cuanta cosa estaba a su alcance por cerrarle el paso a Palacio Nacional; incluso hasta reprimir brutalmente a la gente, incendiar su casas, desmantelar sus organizaciones, hostigar a sus dirigentes y hasta golpear en público a mujeres partidarias del antiguo munícipe de Huatabampo.
En una carta al gobernador De la Huerta, Calles informó que los atropellos contra obregonistas estaban a la orden del día. En algunas entidades ya había hechos de tortura y se contaban por decenas los muertos. En la misma misiva contó a su amigo Fito, mote del citado gobernador, que días atrás llegó con él el líder del Partido Socialista de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, “quien me hizo una exposición de los atentados cometidos en Yucatán”. Abundó: “el Partido Socialista ha sido desbaratado; su casa incendiada; las cooperativas establecidas en casi todos los pueblos han sido saqueadas y quemadas; en los pueblos han sido fusilados en masa grupos de socialistas y han llegado al tal grado las infamias cometidas que en uno de los pueblos reunieron en la plaza pública a más 200 mujeres… y fueron azotadas por un grupo de soldados”, cuyos hechos violentos se desconocían en el país, “por la despótica censura que existe”.
En medio de ese escenario de terror, auspiciado por un mandatario aferrado a triunfar con su candidato, renuente a respetar el voto popular, Calles no veía otra salida que no fuera la lucha armada, hasta acabar con las pretensiones del gobierno central que, a decir del porteño, “se ha convertido en una facción política que cree disponer de la fuerza bruta para imponernos un gobierno a su antojo”. Así se lo planteó a su amigo Fito: “Si no hay otro suceso inesperado, yo soy de la opinión y con la mía está la de la mayoría de los buenos revolucionarios, que una revolución tendrá que imponerse para barrer con el carrancismo”.
Convencidos de que el pueblo debía elegir a su presidente, los obregonistas asistieron a una reunión en Agua Prieta, donde rubricaron un plan político-militar que llevaba el mismo nombre del lugar, el cual proclamaron en abril 23 de 1920. Luego declararon la guerra y juraron defenderlo hasta conseguir su triunfo; o sea, sacar a Carranza de la presidencia, sustituirlo por el Jefe Supremo de los rebeldes y convocar a elecciones cuanto antes, como efectivamente sucedió, cuyos resultados favorecieron a Obregón, lo que puso fin a la otrora dominante clase política carrancista; en tanto, otra camada de dirigentes, nativos de Sonora, se hacía del poder, dominaba la alta política y se rolaba entre ellos la codiciada silla presidencial.
Hermosillo, Sonora, 25 de marzo de 2021