Por Ricardo Aragón Pérez / [email protected]
Hermosillo, Sonora, 19 de enero de 2025
¿Sabía usted que las maestras y los maestros, no sólo defendieron la causa revolucionaria, sino también lucharon contra la imposición de libros extranjeros en las escuelas primarias?
Un año después de que Carranza clausurara el Ministerio de Instrucción Pública (1917), hecho a imagen y semejanza del “eterno” Diaz, y tres antes de la creación de la Secretaría de Educación Pública (1921), hija natural de la revolución, Gildardo Avilés, un profesor de primaria, inició un movimiento de impugnación en contra de los “libros yanquis”, como llamaba él y sus colegas opositores a los textos de facturación extranjera, que la burocracia de la alta política educativa, con tufo malinchista, acostumbraba palomearlos y cobijarlos, declarándolos como manuales escolares para los planteles de enseñanza primaria.
Pero quiénes eran Gildardo Avilés y sus correligionarios antiyanquis, porqué hacían de los textos escolares una bandera de lucha, qué los llevó a formar un frente de oposición de los libros escolares de autores forasteros y cuál fue el resultado de su lucha tempranera en defensa de los libros de texto, que entonces no sufragaba el gobierno, no eran obligatorios y mucho menos gratuitos.
Gildardo Avilés era un profesor de primaria, con título de normalista, muy reconocido por su competencia pedagógica y afinidad con la causa revolucionaria. Gildardo empezó su carrera profesional en Sonora, justo el año de la revolución maderista. Llegó a Hermosillo por el año de 1909, procedente de su estado natal, Veracruz, para desempeñar, a solicitud del gobernador Rafael Izábal, la dirección del prestigiado Colegio Sonora, una de las perlas escolares heredada por el gobierno porfirista de don Ramón Corral, hoy escuela primaria “José Lafontaine”.
Hacía 1918, Gildardo impulsó un movimiento de organización magisterial, cuyos adherentes, casi todos autores de libros escolares iniciaron una jornada de lucha en “pro del libro mexicano”, tan pronto como supieron por la prensa del paquete de libros escolares aprobado oficialmente, para el ciclo escolare 1919-1920, cuyos títulos, predominantemente extranjeros, eran editados por empresas editoriales con sede en Nueva York, en tanto los libros nacionales, si bien figuraban en el paquete, ocupaban un lugar secundario y eran catalogados como “suplementarios”; o sean como textos de uso innecesario en las escuelas primarias.
Indignados por el trato marginal de las autoridades educativas, quienes menospreciaban las obras escritas “por el magisterio mexicano”, lo que no sólo perjudicaba “los intereses de los autores y editores, sino también los de la educación de los niños”, denunciaba el profesor Avilés, maestras y maestros se dieron cita para organizar una agrupación gremial, con la encomienda de analizar la política educativa, impugnar la imposición del “libro de Appleton”, con tufo yanqui, y exigir un trato digno para los libros y autores mexicanos.
En febrero de 1918, el profesor Gildardo Avilés y la profesora María Luisa Ross, junto con otros colegas, entre ellos el maestro Longino Cadena, convocaron a una asamblea a las y los escritores de manuales escolares, que luego de sendas deliberaciones, críticas y proposiciones, acabaron con la formación de una Sociedad de Autores Didácticos Mexicanos, cuyo núcleo directivo presidió la maestra María Luisa Ross y el maestro Gildardo avilés.
De acuerdo con el profesor Avilés, la de ellos fue una lucha histórica y fecunda, precursora de la defensa de los libros de texto de educación básica, que alcanzó varios éxitos políticos, culturales y pedagógicos, entre ellos: la destitución de los funcionarios educativos antilibros mexicanos, la formación de un movimiento cultural nacionalista y un cambio radical en la elección de las obras escolares, ya que por orden presidencial se invalidaron el listado de libros aprobados y nombraron otra Comisión Técnica de Educación Primaria, con objeto de asignar los nuevos materiales de enseñanza, tomando en cuenta a las y los autores mexicanos, como la maestra Ross y el maestro Avilés, ambos creadores de manuales escolares, que forman parte relevante de la tradición pedagógica mexicana.